sábado, 12 de noviembre de 2011

Invisible

Se llamaba Fufú, y era de color transparente, tirando a invisible. También deliciosamente fresca; fría y suave, como la nieve recién caída.

Le gustaba acariciar los rostros de la gente en las calurosas tardes de verano, así como colarse, con aire juguetón, entre los dedos de los pies de los niños incautos que en sueños se desarropaban en las heladas noches invernales, viendo su vello erizarse mientras los recorría un escalofrío.

Pero había algo que a Fufú le gustaba más que cualquier otra cosa: volar. Le gustaba ascender sobre los campos y los tejados de las casas, subiendo tan, tan alto que las casitas y los coches parecieran simples juguetes, y los árboles simples manchitas verdes en medio de la inmensidad. Luego descendía en picado, sintiendo la adrenalina en cada parte de su ser, experimentando una sensación jubilosa imposible de plasmar con palabras. Se sentía libre, llena de vida. Más viva que nunca.

Un día, en uno de sus paseos por el campo, un bello sonido captó su atención. Un canto silvestre, cuyas notas la atravesaban y la hacían estremecer. Cautivada por la viva melodía se dispuso a encontrar su origen, llevándola su curiosidad hasta un gracioso jilguero.


Su cara colorada y sus alas amarillas contrastaban vivamente con el resto de su plumaje, de tonos pardos, blancos y negros. Fufú se quedó un rato escuchándole, a distancia suficiente para que no detectara su presencia. Estuvo allí hasta que el pajarillo se fue, sus elegantes alas y el color rojo alrededor del pico acompañando a su grácil vuelo.


Visitar aquel mismo lugar acabó convirtiéndose en costumbre, ya que, como bien comprobó Fufú, el jilguero pasaba por allí todos los días, deleitando a todos con su canto, más perfecto y vivaz cada día. Cada vez que lo veía, algo en su interior se revolvía. Se había dado cuenta de que desde hacía tiempo no era la misma. Se sentía extraña, más cálida, su mente se ponía a divagar con pasmosa facilidad. ¿Quizá un nuevo sentimiento estaba surgiendo en su interior?


Días después una idea comenzó a fraguarse en su mente. Hasta el momento no se había atrevido a hacerse notar, siempre miraba al pajarillo desde la distancia, pero se dijo que eso debía cambiar, tenía que hacer algo. Después de darle muchas vueltas, se le ocurrió una idea: puesto que él hacía disfrutar a todos con su canto... ¿Por qué no impresionarle ella con su vuelo? Pronto se puso manos a la obra, ensayando trucos, volteretas, dejándose el alma en la que era su pasión.


El día indicado se presentó en el lugar de siempre. El plan era en un primer momento pasar rozando sus plumas y así llamar su atención. Luego comenzaría su exhibición. Actuó según el plan, y tras mil vueltas volteretas y cabriolas, de ascensos imposibles y arriesgados descensos en picado, remolinos y espirales que quitarían la respiración a cualquiera, acabó con su pose final, esperando una reacción, algún resultado.


Pero al levantar la vista no encontró lo que esperaba. El jilguero seguía posado en la misma rama de antes, persiguiendo con la mirada a un gusanillo que avanzaba semioculto entre las hojas, pensando sin duda en convertirlo en su almuerzo.


Una poderosa decepción se apoderó de Fufú. La había ignorado completamente, es más, ni la había visto siquiera, no se había percatado de su existencia. Era completamente invisible para todos. Invadida por la humillación y la impotencia se fue corriendo del lugar, ascendiendo alto, cada vez más alto. Sentía su temperatura descender por momentos, cada vez más cercana a la del hielo. Amargas lágrimas habrían salido de sus ojos, si los tuviera. Se sentía sola, muy sola, más de lo que se había sentido nunca. 


No le quedaba otra cosa que acostumbrarse, se dijo, porque ¿qué otra cosa podía esperar de la vida? 


Al fin y al cabo ella sólo era una pequeña ráfaga de viento.



1 comentario:

  1. me ha encantado titi y no para todos somos invisibles, pero siempre hay gente que intenta hacernos creer que sí ;)

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