sábado, 13 de agosto de 2011

Time runs...

Tic, toc, tic, toc, tic, toc...
El tiempo pasa, corre, vuela,
en un instante se te escapa entre tus dedos.
Unas veces te adelanta,
otras te deja atrás.
Así, inevitablemente, sin remedio.
El tiempo siempre avanza, se desliza entre los pies,
se cuela por los más minúsculos huecos. 
Es imposible escapar
o esconderse,
siempre te alcanza.
Siempre.
Hasta que llega un día en el que tropiezas, caes y pierdes el ritmo.
Y lo ves alejarse...
Y te quedas ahí, acurrucado, a oscuras y solo.
Ya es imposible levantarse.
Entonces, con lágrimas en los ojos, lo comprendes...
Ya ha llegado el momento, te has ido.
Se ha acabado tu tiempo.


Tan cierto es esto como que no nos resignamos a ello... Nos esforzamos por tener el control de todo, incluso de lo incontrolable. El tiempo es un ejemplo. Los relojes nos hacen creernos los amos y señores... Cuando en realidad sólo suponen el principio de la cuenta atrás que comienza cuando nacemos.


Y entre estas reflexiones el fatídico día se acerca...
A lo mejor no está tan lejos como piensas.

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