lunes, 19 de noviembre de 2012

Noche de silencios


    Era noche cerrada, sin luna. Negros nubarrones cubrían el cielo, impidiendo a las estrellas contemplar en la ciudad su diario espectáculo nocturno. Sólo las farolas daban una tenue luz al barrio: amarillentos discos de luz que se difuminaban, intercalándose con zonas oscuras como boca de lobo.

    Y allí, en una zona en penumbra, a la sombra de un edificio, dos figuras. Sentadas en un escalón apaciblemente conversaban, ajenas a todo, a todos, al mundo en general. En ese momento para ellos no existía nada más. Llegó un momento en el que se quedaron en silencio. No un silencio de estos rígidos, tensos, macizos, que no hubieran podido cortarse ni con el más afilado de los cuchillos. Hay silencios intensos, que dicen más que las palabras, que sirven para comprender todo. Éste era uno de ellos. Ambos se miraban fijamente, sus ojos parecían querer alcanzar el alma del otro. Aun con la poca luz reinante podían vislumbrar sus expresiones. Una mezcla de rabia, impotencia… No con el otro, si no con algo inmaterial y presente, algo a lo que no querían, ni a lo mejor podían, dar nombre. Sólo sabían que ahí estaba. Acechante, omnipresente, tanto ello como todo lo que acarreaba.

    Y en mitad de aquel silencio donde todo y nada era posible, sólo ella se atrevió a pronunciar un puñado de palabras, una petición con voz rota, entrecortada:

      - ¿Me darías un abrazo…?

    No se oyó respuesta. En un instante, los brazos de él la rodeaban, cálido refugio en aquella helada noche. La cabeza de ella quedó hundida en su pecho, mientras él aspiraba con los ojos cerrados el aroma de sus cabellos. Nadie que hubiera intentado separarlos lo habría conseguido en ese momento. Eran uno, ambos unidos por un inoportuno sentimiento.

    Si en algún momento les había faltado algo por aclarar, ya con esto quedaba todo dicho. Fue ese abrazo, en el que ambos se aferraban con fuerza, el que desató aun más la frustración de él. Fue ese abrazo, cargado de cierto sabor amargo, el que arrancó alguna lágrima a los ojos de ella.

Fue ese abrazo, en parte no debido y en parte necesario, el que continuó un buen rato sin romperse, a pesar del sonido de los truenos y de la fuerte lluvia que comenzó a caer.



2 comentarios:

  1. Y la lluvia los empapó...

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  2. Precioso, aunque me recuerda demasiado a cosas de las que preferiria no acordarme.

    Por cierto, eres la unica persona que conoce mi identidad, guardame el secreto ;)

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