Era noche cerrada, sin luna. Negros
nubarrones cubrían el cielo, impidiendo a las estrellas contemplar en la ciudad
su diario espectáculo nocturno. Sólo las farolas daban una tenue luz al barrio:
amarillentos discos de luz que se difuminaban, intercalándose con zonas oscuras
como boca de lobo.
Y allí, en una zona en penumbra, a la sombra
de un edificio, dos figuras. Sentadas en un escalón apaciblemente conversaban,
ajenas a todo, a todos, al mundo en general. En ese momento para ellos no
existía nada más. Llegó un momento en el que se quedaron en silencio. No un
silencio de estos rígidos, tensos, macizos, que no hubieran podido cortarse ni
con el más afilado de los cuchillos. Hay silencios intensos, que dicen más que
las palabras, que sirven para comprender todo. Éste era uno de ellos. Ambos se
miraban fijamente, sus ojos parecían querer alcanzar el alma del otro. Aun con
la poca luz reinante podían vislumbrar sus expresiones. Una mezcla de rabia,
impotencia… No con el otro, si no con algo inmaterial y presente, algo a lo que
no querían, ni a lo mejor podían, dar nombre. Sólo sabían que ahí estaba. Acechante,
omnipresente, tanto ello como todo lo que acarreaba.
Y en mitad de aquel silencio donde todo y
nada era posible, sólo ella se atrevió a pronunciar un puñado de palabras, una
petición con voz rota, entrecortada:
- ¿Me darías un abrazo…?
No se oyó respuesta. En un instante, los brazos de él la rodeaban, cálido refugio en aquella helada noche. La
cabeza de ella quedó hundida en su pecho, mientras él aspiraba con los ojos
cerrados el aroma de sus cabellos. Nadie que hubiera intentado separarlos lo
habría conseguido en ese momento. Eran uno, ambos unidos por un inoportuno
sentimiento.
Si en algún momento les había faltado algo
por aclarar, ya con esto quedaba todo dicho. Fue ese abrazo, en el que ambos se
aferraban con fuerza, el que desató aun más la frustración de él. Fue ese abrazo,
cargado de cierto sabor amargo, el que arrancó alguna lágrima a los ojos de
ella.
Fue ese abrazo, en parte no debido y en parte
necesario, el que continuó un buen rato sin romperse, a pesar del sonido de los
truenos y de la fuerte lluvia que comenzó a caer.
Y la lluvia los empapó...
ResponderEliminarPrecioso, aunque me recuerda demasiado a cosas de las que preferiria no acordarme.
ResponderEliminarPor cierto, eres la unica persona que conoce mi identidad, guardame el secreto ;)