miércoles, 15 de febrero de 2012

Como el retumbar de un trueno


El día en que oí hablar por primera vez de esos libros llovía. No sólo eso, diluviaba. Tal era el llanto del cielo que la luna no se había atrevido a aparecer esa noche, o si lo había hecho nadie se había dado cuenta, tal era la negrura que lo invadía todo. Eso no nos hizo amedrentarnos, sin embargo. Llevábamos toda la tarde recorriendo las calles protegidos sólo por un pequeño paraguas, desafiando temerariamente al crudo temporal, abrigados tan sólo con dos finas chaquetas y el calor de nuestras risas, no nos hacía falta nada más. 

Vagando sin rumbo y al no encontrar un sitio seco y abierto a esas horas nos decidimos por unos soportales. En unos escalones nos sentamos, allí continuamos nuestra conversación. No recuerdo por qué salió el tema, el caso es que de pronto te encontraste describiéndome esos libros que te acababas de leer, esos que te habían gustado tanto. Tanto entusiasmo había en tus palabras que conseguiste despertar mi curiosidad, en ese momento ésta elevó su cabeza cual depredador que siente en el aire el olor de su presa. No hizo falta nada más para saber que me los tendría que leer, no importaba cuándo fuera. 

Llegó un momento en el que los dos nos quedamos en silencio. No un silencio hueco, de esos incómodos que cuanto más pasa el tiempo son más difíciles de romper, sino uno de esos en el que basta una mirada para decir más de lo que se podría hablar en un día entero. Te diste cuenta de que tiritaba, aunque había tratado por todos los medios que no se notara, no quería que nimiedad semejante me obligara a irme a casa. Sin mediar palabra, te acercaste por detrás y me abrazaste, en un intento de transmitirme tu calor. Y así nos quedamos, dos figuras inmóviles en medio del temporal. Con los ojos cerrados me concentré en percibir todo lo que me rodeaba: la calidez de tus brazos, nuestra respiración pausada, tu olor y el sonido de la lluvia de fondo. Puedo afirmar que ese fue uno de los pocos instantes de mi vida en los que verdaderamente me sentí completa.

Y ahora, tanto tiempo después, aquí me hallo, sentada en mi cama, con un libro entre mis manos. Todos en mi casa duermen, el silencio lo invade todo, roto sólo por el sonido de las páginas al pasar y el continuo murmullo de la lluvia fuera en la calle. El sonido ocasional de algún trueno me hace agradecer el no encontrarme a la intemperie en una noche como ésta. Las agujas del reloj avanzan, mas no soy consciente de la hora, las páginas han conseguido atraparme y me instan a llegar hasta el final de la historia. Hay algo sin embargo que me hace frenar en seco. No sé si es ese libro, una palabra, el sonido de la lluvia o quizá simplemente un pensamiento despistado y fuera de lugar, el caso es que se cuela en mi mente, y una vez hace aparición no consigue salir. El atisbo de un día, de una sensación, una oleada de recuerdos de hace ya bastante tiempo. Cierro el libro y miro ausente la portada, se me han quitado las ganas de leer. Me arropo con el edredón y apago la luz. No he acabado ni de cerrar los ojos cuando un fuerte ruido retumba en la habitación. Otro trueno. O igual el crujido al resquebrajarse un poco más esa grieta de mi pecho.

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