sábado, 22 de septiembre de 2012

Ella vino con el otoño.

Veintidós de Septiembre. Punto culminante del intenso verde, mezclado con amarillo, que predomina en la estación estival. A partir de ahora todo alegre color quedará oxidado dando paso a un naranja intenso, normalmente mojado por las primeras lluvias y agitado por vientos frescos. Sin darse nadie cuenta una nueva estación aparece, se cuela por cualquier rendija que encuentra y engulle sin piedad a su calurosa precedente, preparando el terreno al frío anciano de cabello blanco que ya comienza a perseguirla, buscando acabar con ella de igual manera en la fecha prevista, cuando el último mes del calendario vaya acercándose a su fin.


El Otoño. 

Tiempo de hojas caídas, de tonos dorados, del color del cobre. Tres meses que año tras año se repiten, siempre el mismo día les da comienzo.

Veintidós de septiembre. No sólo es una estación lo que empieza. Un lluvioso día de hace diecinueve años una niña nacía en una pequeña ciudad española. A lágrima viva lloraba, acorde con el tiempo. Ese día había llegado el otoño, como lo haría de ahí en adelante en la celebración de su aniversario. Y así pasaron primaveras, inviernos, veranos; cada vez que la niña cumplía un año el otoño la estrechaba entre sus brazos como un viejo amigo que tras largos meses de viaje siempre regresaba. No importaba si traía lluvias, vientos, tormentas o un tímido sol que exprimía sus últimos rayos tratando de dar algo de calor; no había posibilidad de retraso, él siempre aparecía. Y así la niña crecía, maduraba, la vida pasando ante sus ojos, sin retorno; minutos, horas, días, miles de vivencias se sucedían. Pero al contrario que las estaciones ese tiempo pasado no volvía...

Algún día llegaría el otoño y la niña ya no estaría.


(Y sí, hoy es mi cumple, jé :3)

1 comentario: