martes, 14 de agosto de 2012

Una pequeña escritora


  Siempre había sido una niña muy locuaz, lo suyo era un don con las palabras. Era capaz de sacarlas hasta de debajo de las piedras, para luego entretejerlas de forma magistral, de manera que nunca llegaba a resultar tediosa.

De pequeña le encantaba oír los cuentos que le contaba su madre antes de dormir, y en cuanto tuvo edad para aprender a leer, ningún cuento y más tarde libro pudo evitar que la niña se perdiera entre sus páginas. No tardó en empezar a inventar sus propias historias: princesas atrapadas en castillos, hombres a caballo que desafiaban a  cualquier bestia, seres marinos inimaginables... Todos ellos protagonistas de los más increíbles relatos. Pero no era tanto el placer por inventarlos como el que sentía cuando los compartía.


Ya fuera en casa, con sus padres como oyentes; en reuniones familiares, con sus tíos, primos y abuelos presentes; o en el patio del colegio, rodeada de todos sus compañeros. Tal era la forma de exponer sus invenciones que todos quedaban cautivados al instante.

Alguna vez, en la Escuela Primaria, algún profesor extrañado por aquel corrillo  alrededor de la niña se acercaba a escuchar, quedando sorprendido al momento por aquella facilidad de palabra tan extraña en una niña de su edad. La profesora de Lengua habló un día con su madre, explicándole el alto potencial de la niña, su gran capacidad de inventiva. Mas la madre prefirió dejar las cosas como estaban, ya cuando tuviera edad decidiría si se diera el caso. En ese momento tenía edad de juegos, no de largas tardes entre libros y papeles.

Esperaron pues, cada vida siguió su curso.

Mediaba ya la Secundaria cuando un fuerte brote de bronquitis la atacó con toda su furia. Siempre había sido ligeramente asmática, lo cual se acentuaba en primavera, con la llegada del polen y de las primeras alergias. Ambas enfermedades combinadas dieron paso a días de fuertes toses, respiraciones dificultosas,dolores de pecho e inhaladores. Semanas de hospitales, de consultas; algún día se tuvo que quedar allí ingresada. Sobrevino también una fuerte ronquera, que derivó hacia una completa afonía. Se apoderó entonces un profundo desánimo de la niña, pues, ¿qué historia puede contarse sin siquiera una pizca de voz?

Pasado un tiempo comenzó a notarse una cierta mejoría, pero aquella ronquera se negaba a desaparecer. La madre notaba el desánimo de su hija, y procedió a comentarle el problema a la doctora. Hizo ésta salir a la madre de la consulta y se dispuso a hablar con la niña. Le explicó que estaba mejorando, que pronto estaría totalmente recuperada.También que su madre le había contado que la notaban decaída en casa. Le preguntó por su afición, pero ella poco pudo responder con el ronco sonido que salía de sus labios.La doctora ya había visto que aquel era el problema, a lo que le dijo:

- Puede haber más formas de compartir tus historias, ¿sabes? ¿No has probado nunca a escribirlas?

La expresión de la niña la instó a continuar:

- Escritos, tus relatos podrán llegar a mucha más gente. Y la historia no tiene por qué perder su esencia. Al revés, a veces un puñado de palabras bien escritas son capaces de transmitir más que la mejor de las actuaciones. Sólo hay que darle juego a la mente del lector. Así que, ¿por qué no pruebas, al menos hasta que se te quite esta molesta ronquera? No se pierde nada, ¿no?

Al salir de la consulta, la cabeza de la chica no paraba de dar vueltas. Era cierto que una  buena historia siempre era agradable de leer. Quizá lo otro quedaba ya un poco infantil. Además, escribir no le desagradaba en absoluto, es más, lo consideraba un trabajo absorbente.

Probó pues, a dedicarse a ello más a fondo. Dos semanas después, ya perfectamente recuperada, voz incluida, fue a ver a su antigua profesora de lengua, siguiendo la recomendación de su madre. Qué exaltación provocó su visita, más aun tras echarle un vistazo al material que le traía la chica. Su viejo olfato no la había engañado, se dijo la mujer. Pronto se pusieron manos a la obra. Una escribiendo, la otra corrigiendo, puliendo, enseñando. No tardaron en verse los frutos de aquellas clases. Incluso llegaron a presentar un par de sus creaciones a algún concurso.

Eran dos almas literarias, ambas con un mismo rumbo.

Y una pequeña escritora abriendo sus ojos al mundo.

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