viernes, 2 de marzo de 2012

Quizá eran demasiados para recorrer a pie.

Abandonar un pozo de oscuridad para meterse en otro aun más profundo. 

Se trataba de una situación engañosa, pues después de la más absoluta ceguera cualquier débil penumbra podía parecer la más brillante de las luces. Fue por esto por lo que te internaste en aquel túnel, fuiste dejando las tinieblas atrás sin darte cuenta de que una mano invisible iba rodeando tu corazón a modo de garra, poco a poco, lenta, inexorablemente. Poco tiempo hizo falta para que se convirtiera en total prisionero de ese letal abrazo.

Llegó un momento en el que te empezaste a dar cuenta de que te faltaba el aire, de que esa angustiosa jaula se iba estrechando cada vez más, estrujando ese órgano tuyo que, engañado por la falsa dicha que a ratos sentía, lentamente iba perdiendo todo su jugo, cada vez más seco, maltrecho, malherido, hasta el extremo en el que te llegaste a preguntar si aquel camino que habías elegido no tendría demasiados kilómetros, imposibles de recorrer a pie.

Pero igual ya no se podía hacer nada, a lo mejor la soledad era el regalo que había reservado la vida para ti.

Quizá desde el principio ya era demasiado tarde.

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